domingo, 6 de mayo de 2018

ES NECESARIO VOLVER A LA MÁQUINA

                                                                           


Claro que no es fácil, en época de vacas flacas, albergar la esperanza de que el vapuleado fútbol argentino vuelva a dar a luz un equipo de la talla de La Máquina. No hubo, ni habrá, probablemente, un cuadro capaz de desplegar ese fútbol. Un juego que, en la década del 40, terminó de cimentar la identidad del fútbol criollo. Una evidencia histórica de que “la nuestra” existe. Tanto existe, que La Máquina se metió entre las mejores formaciones de la historia del fútbol. Como el Santos de Pelé, como Brasil del 70, como Holanda del 74, como el Real de los sesenta, como el Barcelona de Guardiola y tantos otros.
La Máquina, además, marca el techo de producción del fútbol argentino y pone a River como el más grande de su rica historia.
Para entender qué sentían y cómo jugaban los “players” de aquel equipo, es bueno traer a colación un artículo de la Revista El Gráfico, escrito por el periodista Matías Rodríguez, que da cuenta de aquella leyenda y sus protagonistas.
“Salíamos a la cancha y nuestra táctica era clara: agarrar la pelota, tocarla, meter una gambeta, esto, lo otro y el gol caía sólo. Generalmente tardaba en llegar y la angustia era porque los partidos nunca podíamos definirlos pronto. Dentro del área claro que queríamos hacer el gol, pero en el medio nos divertíamos, si nadie nos apuraba”. Juan Carlos Muñoz explicaba así porqué, a los delanteros de La Máquina, los apodaban los Caballeros de la Angustia. Casi una declaración de principios y una definición en sí misma, Muñoz aseguraba que no tenían prisa por convertir porque, fruto del dominio abrumador que desplegaban, sentían que podían hacerlo cuando ellos quisieran. La Máquina de River nació en 1942, luego de una victoria 6-2 contra Chacarita. Antes habían existido varios intentos de bautizar de esa manera a un equipo que se destacaba por su precisión de relojero, pero fue Borocotó, el periodista de El Gráfico, el que popularizó el apodo en la crónica del partido. “Jugó como una máquina el puntero”, fue el título del comentario, que hacía particular hincapié en el poderío ofensivo del vigente campeón. Si bien la leyenda del equipo trascendió por sus atacantes, es un acto de justicia histórica reconocer que cada nombre tiene ganado a pulso su lugar en el recuerdo. En el 2-3-5 de Renato Cesarini el arquero era el peruano José Eusebio Soriano, uno de los mejores talentos surgidos de su país; Vaghi y Yácono –precursor de la marca personal, apodado Estampilla- los centrales; Rodolfi, Ramos y Ferreira los mediocampistas; y Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau el quinteto de delanteros que hizo mítico a ese River. No obstante, La Máquina extendió sus fronteras y se convirtió en una referencia a una época de River, superando así la barrera de un equipo –y de una delantera- en particular. Esa época va, concretamente, desde 1941 hasta 1946 inclusive. En ese lapso, contra lo que generalmente se cree, el quinteto fantástico sólo actuó en grupo en 18 partidos, y como espina le quedó jamás haber enfrentado a Boca. Sin embargo, durante esos años River trajo a Sudamérica una nueva forma de concebir el fútbol. Como dice Pablo Ramírez en el apéndice de Fútbol Todotiempo e historias de La Máquina –el libro de Carlos Peucelle que recientemente fue reeditado-, “en ese equipo se dio una conjunción casi mágica de futbolistas excepcionales que lograron la armonía que sólo se consigue jugando juntos con frecuencia”. El “Todotiempo” del título del libro de Peucelle, que fue uno de los creadores del equipo en las sombras, se refiere en gran parte a la concepción que esos jugadores tenían del juego. Todos hacían todo. Entraban, salían, tocaban y devolvían. “Cambiaban de posiciones con una sincronización matemática”, agrega Ramírez. Una idea ancestral del Fútbol total y del juego de posición de la Holanda de Cruyff. Una muestra de que La Máquina hizo escuela rompiendo los moldes de su contexto histórico. Las principales batutas de aquella afinadísima orquesta fueron cinco. Adolfo Pedernera era el jugador cerebral, el estratega desde el medio para adelante. Ángel Labruna el martillo, el goleador infalible de esos Caballeros de la Angustia que demostraban todo su potencial cuando iban perdiendo y sorprendían al público –cuando no lo desesperaban- por su tranquilidad. José Manuel Moreno era un tiempista, el que más se retrasaba del quinteto para abastecer a sus compañeros desde el comienzo mismo de la jugada; y Juan Carlos Muñoz y Félix Loustau oficiaban de extremos. Se ocupaban de oxigenar al equipo por los costados. Chaplin, como era apodado Loustau, era una debilidad de Peucelle, que lo llamaba “Ventilador”. Según él, era el encargado de darle aire y una posibilidad de descarga siempre fresca a ese River que se abalanzaba en ataque sin pruritos conservadores a cuestas. Como se puede concluir, todos los integrantes del quinteto triunfaron en River y se convirtieron en glorias del club. Sin embargo sus éxitos fueron más individuales que colectivos. Paradójicamente, en ese equipo que nada lo hacía sin el apoyo de todas sus partes, Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau apenas compartieron la cancha en un puñado de partidos; pero se transformaron en leyendas, cada uno por su lado, en compañía de otros maestros de la pelota (Deambrossi, D’Alessandro, Di Stéfano…) que, sin haber ocupado los más altos lugares de la marquesina, derrocharon talento en los promisorios estadios del fútbol argentino. La grandeza de La Máquina, no obstante, no se encuentra en una multiplicidad de títulos. Aunque River fue campeón en 1941, 1942 y 1945, en su época no logró el mayor de los reconocimientos. Jamás fue record de recaudación, y muchas veces ni siquiera llenaba la cancha. El público, tal vez, no supo interpretar el potencial de ese equipo que rara vez se vio eclipsado por el juego rival. Ese River, al que sólo el tiempo parece haberle dado la razón, marcó la historia del fútbol argentino. A partir de aquella gloriosa década del cuarenta, el juego de estos lares quedó emparentado con la belleza y el romanticismo. A su vez, el Millonario se erigió como un cultor de ese estilo. La Máquina, sin dudas, trazó un antes y un después de su recorrido triunfal.
                                                                                 

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