miércoles, 19 de diciembre de 2018

UNA DERROTA QUE NO LE HACE MELLA A LA GLORIA


River perdió (no tan) sorpresivamente contra el modesto equipo local Al Ain y  fue por penales. Y fue una lástima -especialmente por los que se fueron hasta allá- que se frustrara la gran final con el Madrid. Fue una derrota inesperada. Pero quizás, como lo sugiero antes, no fue tan sorpresiva.
River se acababa de consagrar el más grande eterno .Había ganado el partido de la historia. Era River y su gran historia y el equipo había definido el duelo para todos los tiempos. Pero en el medio pasaron cosas. Una primera final empatada épicamente en la Bombonera, siendo y poniendo más que el rival. Una primera final frustrada. Las esperas. La incertidumbre. El estrés. Una segunda final también suspendida. Las sospechas, el poder, las maniobras. Más estrés. Una decisión insólita que obligó, entre otras cosas,  a perder la localía absoluta, legal y legítima. Un viaje de más de 10000 kilómetros. Asedios, desacostumbramientos, cambios de horario y el partido más importante de todos los tiempos que esperaba en el Bernabeu. Y River, en ese momento único e irrrepetible, volvió a ser superior y ganó a lo grande. Fue campeón contra todo. Contra un nuevo Nai Foino (Como lo llamamos al uruguayo Andrés Cunha)  que no vió un penalazo a Pratto. Contra la Conmebol. Contra los poderes opacos. Y llegó la maratónica e infartante consagración. Y River debió seguir su éxodo por el mundo. Y la humanidad de los héroes le puso límites a tantas dificultades y adversidades. Sin darse cuenta, esos cuerpos, esas cabezas, dijeron basta. Porque, aunque parecen dioses, son hombres. Y, cosa menor, esas humanidades agotadas decidieron perder sin saberlo. Justamente porque la gloria, su gloria, la que se recordará para siempre, ya había sido alcanzada.

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